SOBRE
LA ENCARNACIÓN DE JESÚS
Es un misterio, (1) lo que quiere decir
que no comprendemos su dimensión, ni su proceso, ni su total influencia en
nuestras vidas. Sí, comprendemos algo, pero es para que podamos percibir y
admirar la sabiduría de quien es el Ser
que es por Sí mismo.
La encarnación
presupone la promesa de Dios a nuestros
primeros padres, a Abraham y las siguientes promesas mesiánicas de los profetas
de Israel, quienes anunciaron la redención del género humano. Esto, ante la
“caída” del ser humano-espiritual que torció la voluntad de bien implícita en
su espíritu hacia la desobediencia y la
rebelión contra la voluntad de Bien que es Dios. La sabiduría divina, quiso
restituir al hombre su verdadera dimensión al “redimir”; es decir, volver a “nacer
de nuevo” al hombre-espiritual. Para ello no quiso que ningún hombre pagara el
precio de su rescate, sin Él, primeramente, restituir y compensar al Padre por
las desobediencias de su criatura humana.
La labor era difícil,
pues siendo la ofensa a Dios infinita, pues Él es infinito, sólo la aceptación
en obediencia de una de sus personas a Él mismo, tendría la dimensión infinita
que era necesaria para compensar las ofensas. Pero a la vez, era obligatorio
que un ser humano participara activamente en la redención, pues la falta
procedía del hombre. Luego por un lado era “conditio sine qua non” la presencia
de Dios y la participación de una persona humana. Ambas tenían que ser una sola
persona pero con las dos naturalezas, dado que el acto o actos de obediencia deberían
de ser compartidos en el instante por ambas.
(2)
La intervención de
Dios en su creación se hacía ineludible y con características muy especiales y
hasta entonces inéditas. También, la naturaleza humana y la divina, debían
verse claramente expuestas y, patentemente explicitada la correspondiente vía
de acción en la formación del ser Dios-Hombre. Es decir, tanto la intervención
de la Divinidad como la participación humana, tendrían que ser perceptibles en
los hechos de la creación del ser Dios-Hombre.
La promesa se hace y se
da al hombre poco a poco; en la Biblia: los profetas, los sacerdotes y los sabios en general del pueblo de Israel, lo
dicen y explicitan de mil maneras y lo esperan durante siglos y milenios.
El Mesías prometido,
el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, Emmanuel, Dios con
nosotros, nacido de una mujer virgen y quien liberaría al pueblo de sus faltas.
Esas eran y son las promesas de Dios a los hombres a través de su pueblo
Israel.
Pero ¿por qué el
“cordero de Dios”? El pecado la
desobediencia a Dios que Es, conoce y da el Bien supremo, deshace la
intencionalidad libre del hombre hacia ese Bien y por lo tanto lo aleja de Él
al buscar, en sus propias definiciones mentales, las “verdades” alternas que él
quiere caprichosamente construirse; pero como no es un ser absoluto, sus
verdades no se sostienen en ninguna dimensión que él quiera darles, pues no
tiene suficiente potencia de ser para hacerlas absolutas y perfectas. Pero, para
cambiar la voluntad torcida del ser humano, es necesaria una fuerza de
redención y perdón totalmente inverosímiles para el hombre. La desobediencia
tenía que ser redimida por la obediencia, en circunstancias inverosímiles para
un ser humano normal; pues la desobediencia era, ha sido y es inmensa. Y así,
como los corderos eran llevados al matadero sin ninguna objeción por su parte,
así mismo servían de símil para que aquel quién iba a someterse a la obediencia
irrestricta al Padre, asumiendo el precio necesario por el rescate de los hombres,
pagara con su sangre la redención del género humano
Pero ¿por qué quita
los pecados del mundo? Esto está, en cierta manera, explicado anteriormente;
pero para profundizar un poco más hay que hablar de la libertad del ser humano.
El hombre libremente sólo se mueve íntimamente por amor, su voluntad sólo
acepta desdecirse porque es movida por una fuerza superior que llamamos; AMOR;
sólo él tiene la capacidad de conmover y cambiar nuestra voluntad inclinada
hacia el lado malo. Sólo él, el Amor, tiene la irrenunciable capacidad de
revocar el edicto de muerte que hay en nosotros. Es el perdón, la suprema
fuerza que el Amor mueve y que barre con
la inclinación al mal que llevamos dentro. Nuestra voluntad “conmovida” abjura
de lo malo y se une a la corriente de vida y lágrimas que lava nuestro ser de
la humillación e inmundicia de lo maléfico. Pero como Él mismo Jesús lo dice:
“Nadie ama más a sus amigos que aquel que da su vida por ellos” (Juan 15.13). Él tenía que dar su vida por nosotros para que supiéramos y
entendiéramos el infinito amor que nos profesa.
Emmanuel: Dios con
nosotros. “Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), la
promesa se cumplía; Dios viene al rescate del ser humano, en un alma y cuerpo humano,
aunque su “YO” es el de la 2da persona de la trinidad de Dios. No es un yo
creado en el momento de su concepción, es el Ser de Dios en su 2da persona que
se encarna en un ser humano por medio de María, Madre y Virgen (Unión Hipostática). Por eso Jesús puede decir: "Antes de que Abraham fuera YO soy" (Jn 8, 58) y Refiriendo a Felipe que le había dicho: "Señor muestranos al padre y eso es suficiente", le dice: "Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre... No crees tu que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí ?" (Jn 14, 7-14).
Nacido de una mujer Virgen. Era necesaria la virginidad de María pues el ser humano que Dios iba a crear, tendría que tener claramente definida su procedencia divina y al no ser María virgen ese Ser podría proceder de un hombre mortal. Por eso, era necesaria su virginidad y de ahí las palabras del Ángel Gabriel, ante la pregunta de María: "¿cómo será eso, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) Le dice el Ángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios (Lc 1, 35). Y la respuesta humilde, sublime y redentora de María: “Yo soy la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Hay que entender que se trataba de una niña de 15 años, que estaba prometida a un hombre honesto y bueno llamado José; y, aún más, en aquella época el hecho de quedar embarazada sin estar formalmente casada, implicaba el repudio del esposo y la posible y consecuente muerte por adulterio que se realizaba, normalmente a pedradas. Ella lo sabía y sin embargo aceptó. Confiaba en Dios y creía, como sucedió, que Él la protegería de ése mal. Pero ¿quién estuvo en su interior para ver la prueba que sufrió en su ser intimo?
Nacido de una mujer Virgen. Era necesaria la virginidad de María pues el ser humano que Dios iba a crear, tendría que tener claramente definida su procedencia divina y al no ser María virgen ese Ser podría proceder de un hombre mortal. Por eso, era necesaria su virginidad y de ahí las palabras del Ángel Gabriel, ante la pregunta de María: "¿cómo será eso, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) Le dice el Ángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios (Lc 1, 35). Y la respuesta humilde, sublime y redentora de María: “Yo soy la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Hay que entender que se trataba de una niña de 15 años, que estaba prometida a un hombre honesto y bueno llamado José; y, aún más, en aquella época el hecho de quedar embarazada sin estar formalmente casada, implicaba el repudio del esposo y la posible y consecuente muerte por adulterio que se realizaba, normalmente a pedradas. Ella lo sabía y sin embargo aceptó. Confiaba en Dios y creía, como sucedió, que Él la protegería de ése mal. Pero ¿quién estuvo en su interior para ver la prueba que sufrió en su ser intimo?
María concibió
virginalmente, es decir sin ningún tipo de contacto sexual con un varón. Repito
la pregunta hecha a Gabriel: "¿cómo será eso, puesto que no conozco
varón?" (Lc 1, 34). Y le dice el Ángel: "El Espíritu Santo descenderá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será
Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Por lo tanto el alumbramiento de
su Hijo no podía ser de la forma habitual, ya que no había sido concebido de
esa manera. El nacimiento de Jesús fue sin que su virginidad fuera tocada, no
sabemos exactamente cómo; pero si es lógico que fuera de manera extraordinaria,
como lo fue la concepción. La tradición y la Iglesia así lo confirman.(3)
A la vez se hacía
imprescindible, dado que Dios es el Ser puro por excelencia que la mujer cuyo
seno formara su cuerpo humano, fuese totalmente sin pecado ni falta, es decir,
pura en toda la extensión de la palabra, evidentemente a nivel de cuerpo físico, dado que el espiritu humano, al ser creado por Dios en el momento de la concepción de cualquier hombre, no tiene mancha(4). Luego, María, fue Inmaculada, sin mancha, desde el primer momento de su concepción.
La Iglesia definió esta característica de María, con el dogma de la Inmaculada
concepción. Luego los dogmas de la inmaculada concepción y de la Encarnación
están íntimamente unidos.
La actitud de José ante la serie de sucesos que involucraron la
encarnación, es la de un hombre recto, justo, en contacto con Dios y la tradición
del Mesías judaica; por lo tanto él sabe con certeza, después de los sueños,
las revelaciones y su presencia al lado de María en el momento del nacimiento
de Jesús que el hijo de María es el Mesías prometido. Así que él respetará
siempre a María en su estado virginal, pues ella es la Madre de quien está por
encima de Todo. Luego María fue, es y será Virgen, antes del parto, en el parto
y después del parto, como lo enuncia la Iglesia Católica.(5)
(1)
La
encarnación del Verbo de Dios se entiende como «la asunción de una plena naturaleza
humana por parte del Hijo de Dios preexistente». Esta formulación coincide
prácticamente con la del Catecismo de la Iglesia católica, el cual añade la
finalidad de la encarnación, que es la salvación del género humano: «La Iglesia
llama encarnación al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza
humana para cumplir en ella nuestra salvación».
(2) En Jesús hay dos naturalezas, una humana y otra divina, que se
unen en la Persona del Hijo de Dios, del Verbo Eterno, sin mezcla ni confusión,
cada una con sus propiedades y operaciones propias, que confluyen en un Solo
Sujeto o Verbo encarnado. Conferencia Episcopal Colombiana (CEC) 467
(3) Ver:
http://mercaba.org/Eduardo/espiritu_santo.htm
(4) Papa Pio XII:encíclica Humani generis: AAS 42 [1950], p. 575). Y (Juan Pablo II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996).
Ver: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0034-98872002000500016&script=sci_arttext
(5) Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino Tercera parte (Tertia): Artículos 1-36.
-Bible de Jérusalem, Nouvelle edition, DESCLEE DE BROUWER. by Éditions du cerf, Paris 1973.-
(3) Ver:
http://mercaba.org/Eduardo/espiritu_santo.htm
(4) Papa Pio XII:encíclica Humani generis: AAS 42 [1950], p. 575). Y (Juan Pablo II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996).
Ver: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0034-98872002000500016&script=sci_arttext
(5) Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino Tercera parte (Tertia): Artículos 1-36.
-Bible de Jérusalem, Nouvelle edition, DESCLEE DE BROUWER. by Éditions du cerf, Paris 1973.-
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