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jueves, 6 de abril de 2023

00.28 LA DIMENSIÓN DIVINA.








LA DIMENSIÓN DIVINA


Nosotros los humanos, no entendemos la dimensión de Dios. Está tan fuera de nuestra capacidad de entender que no nos molestamos en encontrar aquello donde Él reside. Para la mayoría de nosotros la dimensión de Dios infinito, se reduce a la o las ideas que materialmente nos hacemos de Él. Sin embargo: “El firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19; 1-4). Algo de la dimensión de Él es asequible a través del razonamiento común, pero la necedad o la vida mundana de muchos, sin más interés que ella misma, impide entrar en el “lugar” donde la Verdad reside.
Dios es infinito, es decir, no tiene medida, sólo ES. Pero es el que ES por sí mismo, sin nada antes y desde siempre. ¡Él o la nada!
La problemática, para nosotros, de este aserto, es que todo y todos dependemos de Él. Por Él somos: “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17: 28) y esto no sólo no es aceptado, sino que es execrado de nuestro pensamiento y realidad, tanto de pensamiento como de acción. NO queremos ser ni aceptar la realidad de lo que ello significa, pues nos parece una privación de algo que queremos tener y al aceptarlo se nos niega: la libertad absoluta que creemos o queremos poseer. Tenemos libertad,; pero no absoluta, pues no somos seres absolutos, sino limitados en nuestra dimensión de ser. Y esto es otra de las trabas a la aceptación de la dimensión de Dios. Queremos ser absolutos y no lo somos. Nuestra realidad de ser es limitada, pero con todo y ser enorme, no nos satisface y queremos hacer “lo que nos venga en gana” y eso no es posible sin destruir o apartarse de la dimensión de quien ES. Aquí comienza lo que se define como “pecado de soberbia” no queremos ser lo que la sabiduría infinita nos ha gratuitamente dado. Queremos ser más de lo que nuestra potencia de ser nos permite ser. El mundo que hemos construido está hecho a nuestro modo y dimensión, donde el mal penetra y altera la realidad de lo que hacemos. Ese mal, ajenidad a la dimensión de Dios, nos lleva a negar las verdaderas formas donde la dimensión Infinita quiere que vivamos. No por capricho, sino porque es en esas formas donde la realización de nuestro ser lograría su plenitud. Aceptar esto conlleva la negación de tantos hábitos, usos y costumbres que no queremos cambiar y, a la vez, cambiarnos.
Dios es todo en todo, pero no es lo creado por Él, sin serle ajeno. No fácil de captar por nosotros, pero realidad en el ser. Es decir, nada es fuera de El y todo es por Él y para Él y esto nos parece un especie de dictadura donde no queremos estar.
Debemos y tenemos que vivir de acuerdo a los diez mandamientos y a su resumen “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y más importante. Pero hay otro semejante a éste. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley se fundamenta en estos dos Mandamientos” (Mt.22,36.38).
La dificultad de seguir estos mandatos es tal que no queremos o no nos interesa seguirlos ya que vamos contra la esencia de aquello que la sociedad, “el mundo del hombre” nos pide.
Los que lo siguen son despreciados, temidos u odiados y se les tiene por seres extraños y ajenos a la realidad que se vive.


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