LA
DIMENSIÓN DIVINA
Nosotros
los humanos, no entendemos la dimensión de Dios. Está tan fuera de
nuestra capacidad de entender que no nos molestamos en encontrar
aquello donde Él reside. Para la mayoría de nosotros la dimensión
de Dios infinito, se reduce a la o las ideas que materialmente nos
hacemos de Él. Sin embargo: “El firmamento anuncia la obra de sus
manos” (Salmo 19; 1-4). Algo de la dimensión de Él es asequible a
través del razonamiento común, pero la necedad o la vida mundana de
muchos, sin más interés que ella misma, impide entrar en el “lugar”
donde la Verdad reside.
Dios es
infinito, es decir, no tiene medida, sólo ES. Pero es el que ES por sí mismo, sin nada antes y desde siempre. ¡Él o la nada!
La
problemática, para nosotros, de este aserto, es que todo y todos
dependemos de Él. Por Él somos: “en Él vivimos, nos movemos y
existimos” (Hechos 17: 28) y esto no sólo no es aceptado, sino que
es execrado de nuestro pensamiento y realidad, tanto de pensamiento
como de acción. NO queremos ser ni aceptar la realidad de lo que
ello significa, pues nos parece una privación de algo que queremos
tener y al aceptarlo se nos niega: la libertad absoluta que creemos o queremos poseer. Tenemos libertad, sí; pero no absoluta, pues no somos seres
absolutos, sino limitados en nuestra dimensión de ser. Y esto es
otra de las trabas a la aceptación de la dimensión de Dios.
Queremos ser absolutos y no lo somos. Nuestra realidad de ser es
limitada, pero con todo y ser enorme, no nos satisface y queremos
hacer “lo que nos venga en gana” y eso no es posible sin destruir
o apartarse de la dimensión de quien ES. Aquí comienza lo que se
define como “pecado de soberbia” no queremos ser lo que la
sabiduría infinita nos ha gratuitamente dado. Queremos ser más de
lo que nuestra potencia de ser nos permite ser. El mundo que hemos
construido está hecho a nuestro modo y dimensión, donde el mal
penetra y altera la realidad de lo que hacemos. Ese mal, ajenidad a
la dimensión de Dios, nos lleva a negar las verdaderas formas donde
la dimensión Infinita quiere que vivamos. No por capricho, sino
porque es en esas formas donde la realización de nuestro ser
lograría su plenitud. Aceptar esto conlleva la negación de tantos
hábitos, usos y costumbres que no queremos cambiar y, a la vez,
cambiarnos.
Dios
es todo en todo, pero no es lo creado por Él, sin serle ajeno. No fácil de captar por nosotros, pero realidad en el ser. Es decir, nada es fuera de El y todo es por Él y
para Él y esto nos parece un especie de dictadura donde no queremos
estar.
Debemos
y tenemos que vivir de acuerdo a los diez mandamientos y a su resumen
“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente. Este es el primero y más importante. Pero hay
otro semejante a éste. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda
la Ley se fundamenta en estos dos Mandamientos” (Mt.22,36.38).
La
dificultad de seguir estos mandatos es tal que no queremos o no nos
interesa seguirlos ya que vamos contra la esencia de aquello que la
sociedad, “el mundo del hombre” nos pide.
Los
que lo siguen son despreciados, temidos u odiados y se les tiene por
seres extraños y ajenos a la realidad que se vive.
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