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Todas las fotos de este blog son propiedad y fueron hechas por Jorge Eduardo Lastra Nedwetzki y algunas,de la portada, por Arturo Guillermo Lastra Nedwetzki; menos la del crucifijo a la izquierda y la de Sor María Consolata en la entrada 018.

sábado, 11 de noviembre de 2023

00.32 EL SER QUE ES 2.







La inmensidad, la infinitud del Ser que Es, excluye la comprensión total de su dimensión; sólo una pequeña parte de su realidad podemos, gracias a la revelación, penetrar. Pero si bien el conocimiento de su totalidad es impenetrable por nosotros, su esencia: el amor, nos puede acercar a lo más determinante de Él. ¿Pero que clase amor es ese que nos desvela algo de sus incógnitas? Nosotros somos imagen de Dios, dice la biblia, es decir tenemos la impronta de la realidad de ser de quien nos pensó, creó y nos mantiene en el ser. Evidentemente no a nivel físico, aunque Cristo es Dios y hombre y como tal nos acerca más a lo que Dios Es. Nuestra semejanza con Él es a nivel del espíritu pues la esencia de nuestro nivel espiritual es el Amor. El amor lo describe San Pablo, texto repetido en este libro, así: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha. El amor es paciente, es amable; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es el amor.”
(Primera Carta a los Corintios 13, 1-7,13)

Esta afirmación hay que entenderla, pero sobre todo vivirla en la profundidad del “corazón”, es decir dentro de lo profundo de nuestro ser donde El Amor reside.

Pero, para "llegar" hace falta “limpiar”, es decir, quitar aquello que amamos que deseamos que nos tiene inmerso en la dimensión de lo terrenal de las estructuras del mundo. La fuerza de Dios, residiendo en nosotros es la ductora de nuestro encuentro con aquello sagrado en el interior del hombre. El camino de esa “limpieza” es largo y duro, pues los siglos de pecado, de estructuras dañadas y dañantes, nuestros desatinos y definiciones de vida erradas y dañinas, nos han conducido por un camino donde las vivencias profundas del Espíritu que está en nosotros, “choca” con ellas y son inexorablemente rechazadas. De aquí la depresión, cuando se hace el esfuerzo de ser sincero y querer vivir en lo que realmente es verdad. Cuanto más hemos vivido, en “tiempos” mentales y reales, de esos abusos de la dimensión infinita, más nos costará “limpiar” el ser de esas anomalías y trasformarnos en lo que debemos y deberíamos siempre ser. La santidad es la transparencia de nuestros pensamientos, deseos y obras en relación con las determinaciones de nuestro espíritu, imagen sagrada de Dios. Por eso los niños están cerca de de Él pues su ser es todavía puro no hay contradicción entre lo que hacen y su ser profundo. Evidentemente y desgraciadamente, no todos los niños tienen está limpieza, pero los más pequeños muchos de ellos aún la poseen. De aquí la frase de Jesús: “si no os hacéis como niños no entrareis en el reino de los cielos”(Mat 18:3).

El Ser que Es, nos “llama” a entrar en su dimensión; y algunos lo consiguen; ellos “entran” en el “reino de los cielos” aún aquí en el mundo y viven una vida donde se manifiesta la dimensión de Dios en algunas de las múltiples formas de su riqueza infinita. La situación de esas personas, fieles a la realidad del Espíritu de Dios, es de una sabiduría, abertura y caridad que asombra y nos deja la sensación de estar “siendo” en otro nivel de vida y realidad.

La gran mentira de nuestro tiempo y de los tiempos en general, es el no querer aceptar la dimensión de Dios como Ser Supremo que sabe, quiere y conoce nuestros más íntimos sentimientos, pensamientos y deseos. No aceptar que Él nos creó, nos pensó, nos amó y fuimos; y por lo tanto somos por Él, con El y de Él por toda la eternidad, aún cuando no lleguemos a gozar de la unión con Él en la transcendencia. Somos criaturas de un Ser excepcional que es autor de TODO, lo invisible y lo visible; autor de la totalidad de lo que ES y esta aparente dependencia no es de “nuestro” agrado, pues pareciera que nos resta libertad; siendo en realidad todo lo contrario, pues la libertad en la dimensión de Dios es infinitamente más grande que toda la posibilidad libertarias en nuestro mundo y circunstancias. Un Ser que nos mantiene en el ser lo queramos o no, pues nos creo eternos y no vamos a desaparecer al pasar a la otra dimensión: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino." (Juan 14, 1-12). Además: “Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Jn. Apoc. 21, 3-4)

Así será lo queramos o no; pero no lo creemos y cuando llegue que llegará, pues: “Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla.” (Mt 5, 18)

La Verdad nos espera y cuando todo vuelva a donde debe estar, se restablecerá la dimensión que siempre ha existido y siempre existirá: lo creamos o no.

“Dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto.» ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc 22, 20).

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