No hace bien el que quiere….
Hace unos días leyendo los
comentarios en mi blog Pateremon 3 vi por primera vez la respuesta de Sor Cecilia, monja dominica creo que de clausura, a mi frase: “No hace bien el que quiere sino el que
puede; pero el que puede es aquel a quien Dios se lo permite, y él acepta”
(1). En dicho comentario la hermana decía que
no estaba de acuerdo con dicha frase ya que Dios nos dio la libertad de
hacer el bien y el mal. Copio el comentario (n. 23):
“No estoy de acuerdo con semejante frase, no sé dónde estudio teología, pero Dios jamás nos ata las manos para hacer el bien ni el mal, nos dejó libres para elegir.
Lo siento, pero no
es así.
Con ternura
Sor Cecilia
Viernes, abril 12,
2013 5:05:00 a.m.”
Ante la posibilidad de haberme equivocado y de poner una “cuasi” herejía en el blog, decidí investigar en San Agustín, Sto Tomás de Aquino y San Buenaventura entre otros, para corregir o reafirmar mi aserto. Estas son, algunas de las respuestas que dichos teólogos y doctores de la iglesia escribieron.
En el libro:
TRATADOS SOBRE LA
GRACIA DE SAN AGUSTÍN, DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO (2)
San Agustín explica:
CAPITULO IV
6. Pero es de temer
que todos estos divinos testimonios a favor del libre albedrío y cualesquiera
otros, que, por cierto, son muchísimos, se interpreten en forma de no dejar
lugar ninguno al auxilio y gracia de Dios en orden a la vida piadosa y honesto
peregrinar, recompensados con premio eterno, y que el hombre miserable se
gloríe en sí y no en el Señor y en sí
ponga la esperanza de bien vivir cuando bien vive y bien obra, o mejor así lo
cree, incurriendo por ello en la maldición del profeta Jeremías, que dice:
Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su
corazón se aparta de Jehová…. . Tal es la moderna herejía pelagiana, que,
después de haberla mucho combatido, por muy recientes exigencias ante concilios
episcopales ha sido presentada. …. . Nosotros, pues, para bien obrar, no fiamos
del hombre, ni hacemos apoyo de la carne de nuestro brazo, ni nuestro
corazón de Dios se aparta, sino más bien
al Señor decimos: Mi ayuda has sido, no me dejes, ni me desampares, Dios de mi
salvación.
Y más:
7. Por
tanto, carísimos, como para bien vivir y obrar con rectitud probamos el libre
albedrío en el hombre por los citados testimonios de las santas Escrituras,
veamos ahora cuáles abonan la gracia de Dios, sin la que nada de bueno podemos
hacer.
Y luego:
El aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Diga, pues, el hombre: «Quiero cumplir la ley, pero la fuerza de mi
concupiscencia no puede». Y cuando a su voluntad se apela y se le dice: «No te dejes vencer del mal, ¿qué te aprovechará
esto, si falta la gracia auxiliadora? …. No caerá en la tentación si con
voluntad buena vence la concupiscencia mala. Mas, con todo, no basta la libre
voluntad humana, a menos que la victoria sea por Dios concedida a quien ora para no caer en la
tentación. ¿Qué se manifestará más patente que la gracia de Dios cuando se
recibe lo que se ha suplicado?
Después añade:
… y el Señor dijo:
Yo he rogado por ti, que tu fe no falte.
Es, por consiguiente, el hombre por la gracia ayudado, para que no sin
causa su voluntad sea dominada.
Aún más: (Dice San
Pablo)
Pero por la gracia
de Dios soy lo que soy. Y para poner en claro el libre albedrío añadió: Y su
gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos.
(1 Corintios 15:10) Y exhorta a este libre albedrío en otros
lugares, donde dice: Os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia
de Dios. ( 2 Cor 6,1 ...)
Es más: a veces
hemos visto y diariamente lo vemos que la gracia de Dios se nos da no sólo sin
ningún mérito bueno, sino con muchos méritos malos por delante. Pero cuando nos
es dada, ya comienzan nuestros méritos a ser buenos por su virtud; porque, si
llegare a faltar, cae el hombre, no sostenido, sino precipitado por su libre
albedrío.
Por eso, cuando el
hombre comenzare a tener méritos buenos, no debe atribuírselos a sí mismo, sino
a Dios, a quien decimos en el Salmo: “No me abandones, no me dejes.” (Salmo 71)
Al decir no me abandones manifiesta que, si abandonado fuera, nada bueno por sí
hacer podría.
Y continúa:
“Toda buena dádiva y
todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces.” (Santiago
1:17-27) Por lo que Juan… dice también: “No puede el hombre recibir nada, si no
le fuere dado del cielo”. Juan 3:27-36.
De igual manera:
Así que no depende
del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia, proposición que no puede convertirse de manera
que diga: No de Dios, que tiene misericordia, sino del hombre, que quiere y que
corre, porque quien se atreviere a decir tal, paladinamente contradice al Apóstol.
Concluyendo:
20. Este problema, a mi parecer, sólo puede
resolverse entendiendo que nuestras buenas obras, a las que se da la vida
eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez que nuestro Señor
Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer.
Santo Tomás de Aquino lo expresa así en:
Suma Teológica
Santo Tomás de Aquino
Primera sección de la segunda parte (Prima secundae)
Parte II-I (teológica-moral): El hombre..
"Artículo 2: ¿Puede el hombre querer y hacer el bien sin la gracia?
Objeciones por las
que parece que el hombre puede querer y hacer el bien sin la gracia.
1. El hombre tiene
poder sobre todo aquello de que es dueño. Pero, como ya queda dicho (q.1 a.1;
q.13 a.6), el hombre es dueño de sus actos, y sobre todo del acto de querer.
Luego puede querer y hacer el bien por sí mismo sin el auxilio de la gracia.
2. Cualquier agente
realiza con más facilidad aquello que es conforme a su naturaleza que aquello
que no lo es. Pero el pecado es contrario a la naturaleza, según dice el
Damasceno en el libro II, mientras que la virtud es lo que conviene al hombre
según su naturaleza, como se dijo arriba (q.71 a.1). Luego, como el hombre por
sí mismo puede pecar, parece que con mayor razón puede querer y hacer el bien
por sí mismo.
3. El bien del
entendimiento es la verdad, como dice Aristóteles en VI Ethic. Pero el
entendimiento puede conocer la verdad por sí mismo, al igual que cualquier otro
agente puede realizar por sí mismo su operación natural. Luego con mucha más
razón puede el hombre querer y obrar el bien por sí mismo.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 9,16: No es del que quiere, el querer, ni del que corre, el correr, sino de Dios, que tiene misericordia. Y San Agustín, en el libro De corrept. et gratia: Sin la gracia ningún bien en absoluto hacen los hombres, ni al pensar, ni al querer y amar, ni al obrar.
Respondo: La naturaleza del hombre puede ser considerada en un doble estado: el de integridad, que es el de nuestro primer padre antes del pecado, y el de corrupción, que es el nuestro después del pecado original. Pues bien, en ambos estados, la naturaleza humana necesita para hacer o querer el bien, de cualquier orden que sea, el auxilio de Dios como primer motor, según acabamos de exponer (a.1). En el estado de integridad, la capacidad de la virtud operativa del hombre era suficiente para que con sus solas fuerzas naturales pudiese querer y hacer el bien proporcionado a su naturaleza, cual es el bien de las virtudes adquiridas; pero no el bien que sobrepasa la naturaleza, cual es el de las virtudes infusas. En el estado de corrupción, el hombre ya no está a la altura de lo que comporta su propia naturaleza, y por eso no puede con sus solas fuerzas naturales realizar todo el bien que le corresponde. Sin embargo, la naturaleza humana no fue corrompida totalmente por el pecado hasta el punto de quedar despojada de todo el bien natural; por eso, aun en este estado de degradación, puede el hombre con sus propias fuerzas naturales realizar algún bien particular, como edificar casas, plantar viñas y otras cosas así; pero no puede llevar a cabo todo el bien que le es connatural sin incurrir en alguna deficiencia. Es como un enfermo, que puede ejecutar por sí mismo algunos movimientos, pero no logra la perfecta soltura del hombre sano mientras no sea curado con la ayuda de la medicina.
Así, pues, en el
estado de naturaleza íntegra el hombre sólo necesita una fuerza sobreañadida
gratuitamente a sus fuerzas naturales para obrar y querer el bien sobrenatural.
En el estado de naturaleza caída, la necesita a doble título: primero, para ser
curado, y luego, para obrar el bien de la virtud sobrenatural, que es el bien
meritorio. Además, en ambos estados necesita el hombre un auxilio divino que le
impulse al bien obrar.
A las objeciones:
1. El hombre es dueño de sus actos, tanto de querer como de no querer, debido a la deliberación de la razón, que puede inclinarse a una u otra parte. Por eso, si es dueño también de deliberar o no deliberar, esto se deberá, a su vez, a una deliberación anterior. Pero como no se puede continuar así hasta el infinito, hay que llegar finalmente a un término en que el libre albedrío es movido por un principio exterior que está por encima de la mente humana, y que es Dios, como también prueba el Filósofo en el capítulo De bona fortuna. Por tanto, la mente humana, aun en estado de integridad, no tiene tal dominio de su acto que no necesite ser movida por Dios. Y mucho más necesita esta moción el libre albedrío del hombre después del pecado, debilitado como está para el bien por la corrupción de la naturaleza.
2. Pecar no es sino faltar al bien que a cada uno conviene por su naturaleza. Pero las cosas creadas, dado que no tienen el ser sino por otro y consideradas en sí mismas no son nada, también necesitan ser conservadas por otro en el bien conveniente a su naturaleza. En cambio pueden por sí mismas apartarse del bien, al igual que, dejadas a sí mismas, caerían en el no ser si no fueran conservadas por Dios.
3. Tampoco puede el hombre conocer la verdad sin el auxilio divino, como ya dijimos (a.1). Sin embargo, la corrupción del pecado afectó más a la naturaleza humana en su apetito del bien que en su conocimiento de la verdad."
Como se hace ver, no es posible el bien de orden espiritual sino cuando la gracia actúa en el hombre. Pero para obtener la gracia es necesario pedirla y Dios en su misericordia, la otorga si la pedimos como se debe.
Los “bienes” materiales
son bienes efímeros y no tiene la dimensión del “BIEN” así que nada podemos
hacer de bueno si no nos es dado por la gracia que viene de lo “alto”. Luego:
“No hace bien el que quiere sino el que puede y el que puede es aquel a quien Dios se lo permite y él acepta.”
En este sentido ha sido escrito dicho enunciado.
1) La frase: “y él acepta”
fue añadida con posterioridad al enunciado primero; con el fin de enfatizar la
libre respuesta de cada persona a la gracia de Dios
2) TRATADOS SOBRE LA GRACIA DE SAN AGUSTÍN:
DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO,
http://www.iglesiareformada.com/La_Gracia_San_Agustin.html