ADVERTENCIA.


La fecha del año en las entradas ha sido modificada.

Advertencia

Todas las fotos de este blog son propiedad y fueron hechas por Jorge Eduardo Lastra Nedwetzki y algunas,de la portada, por Arturo Guillermo Lastra Nedwetzki; menos la del crucifijo a la izquierda y la de Sor María Consolata en la entrada 018.

domingo, 12 de noviembre de 2023

00.41 EL FLAGELO DE LA MODERNIDAD.







La negación de Dios y la trascendencia humana con la consiguiente exaltación de lo humano y el hombre, son la piedra fundamental de la existencia definitoria de la modernidad. Los pensadores que pretendan quitar lo real en su totalidad de interdependencia y poner las acciones, formas de pensar y de actuar de los hombres, caen en el absurdo de creer que somos, estamos y vivimos sin más substrato que nuestra potencia de ser y hacer: mágnum error; la vida, nuestra vida y todas las vidas tienen necesidad, como “conditio sine qua non”, de todo lo demás que se les da a cada instante, de manera gratuita. Es una abstracción totalmente errónea, absurda y peligrosa, para el pensar y ser de la humanidad, desvincularse de aquello que le ha permitido, le permite y le permitirá ser. “Nihil sine ente”. Nada sin el Ser donde “vivimos, nos movemos y existimos” (San Pablo, Hechos 17:28). La garantía en el pensar, hacer y ser, pasa por aceptar la globalidad de todo aquello de lo cual dependemos físicamente e, inmensamente más, de lo espiritual que da vida, sentido y existencia a TODO. Durante unos dos siglos, más o menos, las corrientes de pensamiento post-cartesiano, han insistido en centrar la realidad del "todo" filosófico, espiritual y de sabiduría en lo humano y en su bagaje de conocimientos limitados y limitantes. Se trataba, principalmente de retirar, del pensamiento, costumbres y actos sociales de los hombre, sobre todo en occidente, del dominio impuesto por la costumbre  religiosa y una serie de hábitos seculares y sociales  condicionados “at forza” por una serie de personas, instituciones y escuelas formativas que predominaron, durante esos siglos, de una manera hegemónica. La verdad de la religión, la Verdad de Dios, no está en lo creado por el pensamiento humano, éste trata de llegar, lo más cerca posible de la dimensión de Dios y así llenar el vacío de la existencia humana; la cual librada a la “adoración” de su conocimiento, no tiene otra salida sino la ausencia de la Verdad en su sentido más auténtico y grande.
La modernidad, espantada ante la ausencia de definiciones trascendentes, universales e inmortales, busca, desesperadamente, redención; algo que le dé y asegure la permanencia de lo infinito en nuestra dimensión; pero no lo logra: se habla de “entrar en la historia” de la “inmortalidad en los recuerdos” de “ la permanencia constante en las formas sociales de aquellos que vendrán”, pero todas esas ilusiones son viento de estepa que hoy sopla y mañana se calla. Nuestro ser real: el yo en el cual vivimos, no acepta ser  recuerdo, quiere la permanencia existencial en la dimensión de conciencia que nos forma, interpreta y alienta nuestro ser aquí o en otro lugar: pero para siempre. Sin ello el vacío no se puede llenar, pues tenemos conciencia de ser; y no uno cualquiera, sino YO en mí mismo, sin haberlo deseado, pedido o pensado. Cualquier ser humano si se detiene a meditar en su esencia de ser y se siente a sí mismo existiendo, no puede menos de tener la seguridad de ser él y no el otro; eso sí, con comunicación continua, interdependencia y convivencia con los otros "yos" que nos rodean y en los cuales, al amarlos, ayudarlos y sufrir con ellos, se realiza, expande y enaltece nuestro propio yo. Somos de una manera que no podemos penetrar; sólo tenemos, algunas veces, atisbos de nuestra dimensión interior, personal e inmerecida. Sólo Dios, con Él y en Él nuestro ser halla su plena totalidad y realización, pues en Él que es TODO, se hace realidad, en nosotros, todo lo que podemos llegar a ser.


00.40 LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.








 LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Al tercer día resucitó” (I Corintios 15:4) No a los tres días, sino al tercer día; no es lo mismo, pues no se trata de una cuestión de tiempo sino de lugar: el primer día al morir son las tres de la tarde del día viernes y al resucitar lo hace el día domingo (primero después del sabat judío) en la madrugada. Es, efectivamente, el tercer día: viernes, sábado y domingo.
Resucitar es volver a vivir después de haber muerto. Y queda muy claro que Él murió: la lanzada en el corazón de donde brotó sangre y agua lo confirma.
Pero lo importante de la resurrección no es eso, sino varios hechos adscritos al suceso: a) Vencer a la muerte. b) Volver a vivir por su propio poder. c) La necesidad de la resurrección como confirmación y culmen de la redención.
A) Vencer a la muerte, es vivir después de esta vida; continuar siendo; existir en otra dimensión. Nosotros somos seres de eternidad, nuestra percepción de nosotros mismos no terminará nunca más; es decir, tendremos conciencia de que somos y estamos sea cual sea el lugar a donde iremos. Así que lo creamos o no, somos inmortales en el espíritu y luego nuestro cuerpo volverá a envolvernos, trasfigurado, en la dimensión de la eternidad. Este es el primer mensaje de la resurrección: “Quiero que tengáis vida y la tengáis en abundancia” (Juan 10, 1, 10)
El que crea en Mí, aunque haya muerto vivirá” (Juan 11:25)
En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones, si así no fuera os lo hubiera dicho”(Juan 14:2)
Voy a prepararos una habitación”(Juan 14:2)
Allí donde yo voy vendréis también vosotros”(Juan 14:3)
Pero: “Nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14:6).
Estas y muchas otras afirmaciones que no se encuentran, tan explicitas y directamente dichas, en ninguna otra parte, fuera de los evangelios; son las constantes verdaderas de una realidad que nos está esperando. Y, como argumento lógico, no científico, si Jesús hubiera mentido en todos estos asertos: ¿cómo habría sido posible mantener estas mentiras casi por dos mil años? Y, más aún, la cantidad de personas, veraces, santas, eruditas o de una confianza máxima que han creído y confirmado la certeza de esas afirmaciones, acrecienta y justifica la confianza en su verdad.
B) El resucitar no es una cosa fácil de conseguir cuando se muere crucificado y para remate se le clava una lanza en el corazón de donde “brota sangre y agua” (Juan 19:34). O se resucita por una fuerza externa, ajena a él o el ser se resucita a sí mismo con su propia potencia de ser; en este último caso sólo Dios posee ese inmenso poder. Pareciera que no tuviera importancia este hecho, pero la constante negación de la realidad de este suceso, conlleva una afirmación de hecho extraordinario, difícil de creer para un no cristiano o quien se niega a aceptar las realidades del cristianismo como verdades incuestionables. La verdadera situación del hombre sobre este mundo, está relacionada con la pasión, muerte y resurrección de Jesús, hijo de Dios, segunda Persona de la Trinidad que es Dios y Emmanuel: Dios con nosotros. Somos seres creados para la eternidad; es nuestro destino y verdad ontológica; quien quiera negarla es su libertad; pero tarde o temprano se enfrentará a las consecuencias de su negación. No hay pruebas científicas, tan caras al mundo actual, pero una prueba científica no tiene mayor credibilidad que la referencia de los evangelios y la multitud de testigos de entonces, antes y ahora que han vivenciado esa realidad perenne. ¿Cómo dudar de la realidad de lo trascendente, cuando miles de personas han muerto y resucitado, más actualmente, hablando de la realidad vivida en el más allá? Dudar es simplemente forzar la inteligencia para que niegue tácitamente lo que no puede entender. Y eso es racionalismo, barato y simplista. Es poner la inteligencia humana más allá de lo que su potencia de ser le permite ser e interpretar.
C) La resurrección de Jesús era necesaria para mostrar su dimensión de Dios. También para determinar el futuro de cada uno de nosotros, dadas las múltiples veces que nos habló de nuestra vida después de esta vida y finalmente para elucidar la “forma y situación” de nuestro cuerpo una vez resucitados. El se presenta en lugares cerrados sin abrir puertas, come y bebe, pero puede trasladarse y desaparecer sin dejar rastro; asciende en el aire, es decir “vuela”, desafía la gravedad y hace cosas que no están al alcance de nuestro cuerpo en esta dimensión, salvo casos especiales. El cuerpo resucitado tiene otro “nivel” de materialidad diferente al que nosotros tenemos en el mundo; pero a la vez no deja de ser materia y poseer todos los atributos, perfeccionados, de lo humano. Podrá vivir por siempre, es decir eterno, existirá en otra dimensión que aún no conocemos, unos para ser felices, otros para no serlo jamás.San Pablo lo expresa de una forma contundente: "si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe" (I Corintios 15:14)
    Así ha sido, así es y así será.

00.39 LA PRIMERA PALABRA.






LA PRIMERA PALABRA

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." - Pater dimitte illis, non enim sciunt, quid faciunt (Lucas, 23: 34). (1)
Después de la traición, la negación, la huida de casi todos sus discípulos, excepto Juan y evidentemente su madre: María. Luego del seudojuicio de los sacerdotes y de Pilatos; de la flagelación, la coronación de espinas, las burlas, los maltratos, la elección de dar la libertad a un bandido antes que a Él (Barrabas), del lavatorio de manos de Pilatos y la injusta condena a muerte por el miedo de Pilatos a los Judíos. Más aún, el cargar con la pesada cruz puesto que debe ser ayudado a llevarla, sin fuerzas, secuela de una noche de sufrimiento, sin dormir y con las consecuencias de lo existencializado en ese corto tiempo; después de ser clavado en el madero, alzado en la cruz, el brazo dislocado y paremos de contar, porque sólo Él que lo vivió, podría susurrarnos su íntimo sufrir. Cuando empieza a morir clavado en la cruz, pronuncia las palabras que quizás, muchos de nosotros, no podríamos pronunciarlas sin resentimiento o ironía:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

       Personalmente, no creo poder hacer algo semejante, está fuera de mi capacidad de aceptación emocional, salvo una gracia especial de Dios. ¿Cómo pudo Él, hacerlo como lo hizo? ¡En verdad! y ¿consecuente con lo que quería expresar? No lo sé, ni tan siquiera puedo imaginarme el acto de renuncia y la dimensión de caridad que en tal sentencia y acto de amor nos fue dado.

Mi ser, a veces, cuando lo pienso, se estremece en una congoja y sentimiento que pasa rápido, al no poder penetrar y mantener la inmensa renuncia que ello significó; las lágrimas llegan a mis ojos y quisiera que corrieran y brotaran en cantidades, pero son breves, como los sentimientos de “algo” que en mí no puedo soportar.¡Cómo desearía penetrar la infinita sinceridad con la que fueron dichas sus palabras y retomar, alrededor de mi mundo personal, el carisma y el efecto pacificador, purificador y superante de tantas ofensas recibidas y mal aceptadas o asumidas, para en verdad, con perdón, dar mi sí a sus efectos de caridad! ¡Cómo quisiera poder recitar la frase del Padrenuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” y saber que las digo desde la verdadera y última “rama” de mi voluntad profunda, entrando el perdón, para mí mismo, dentro de esa voluntad escondida por el miedo y la rabia de las ofensas mal “curadas”. Pero todavía, no vivo en el “lugar espiritual” donde la limpieza de mi ser haga brillar la caridad que poseemos, allí, en lo profundo de nosotros, donde mora el Espíritu de Dios.
Y así, empezó Su último martirio que lo llevaría a la muerte: y muerte de cruz; aceptando la voluntad del Padre en el profundo e incomprendido misterio de nuestra redención, de cada redención personal. Y el misterio de la verdad, que no lo es a Sus ojos, brilló en la oscuridad de la tragedia humana.

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Las_Siete_Palabras

sábado, 11 de noviembre de 2023

0038.LA SEGUNDA PALABRA.







LA SEGUNDA  PALABRA


“En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Luc 23, 43) (1)

La segunda frase que pronuncia Jesús en la cruz es una “palabra” de misericordia; en ella se encierra el perdón, la potencia de ser y la piedad por aquel que se la pide.

Al estar crucificado entre dos ladrones, lo hacía ver como perteneciente al submundo de los pillos, asesinos y malvados; pero los mismos reos se encargan de aclarar el papel y la injusticia que se cometía contra Él. Uno de ellos, rebelde ante su destino  y de una forma desconsiderada y altanera, le dice: “¿Así que tú eres el Cristo? Entonces sálvate tú y sálvanos también a nosotros” (Luc 23, 39).  Pero el otro lo reprendió diciendo: “¿No temes a Dios, tú que estás en el mismo suplicio? Nosotros lo tenemos merecido, por eso pagamos nuestros crímenes; pero él no ha hecho nada malo.”  (Luc 23, 40-42) Y añade: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Luc 23, 42-43) y Jesús le respondió: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Luc 23,43).

La misericordia de Dios se manifiesta de manera rápida y sorprendente para con aquel que, reconociendo sus malas obras, pide y se acoge a la bondad de Dios y le suplica su perdón y su gracia: “lo tenemos merecido” y “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. La respuesta de Jesús es clara, precisa y total: “hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Se manifiesta el poder de Dios, perdonando completa e inmediatamente todas las faltas del ladrón. 

Se declara la vida después de la vida: “hoy estarás conmigo en el paraíso” iban a morir los tres, luego no podía suceder lo dicho en está dimensión, pues la muerte separa al hombre de este mundo tal como lo hemos vivido. 

Y presupone la trascendencia de Jesús mismo, pues, el ladrón, estará con Él en el lugar que llama “paraíso”. No aquí en la tierra precisamente y, ese lugar es su reino, porque sino ¿cómo podría llevar al ladrón? 

Así se confirma no sólo que Jesús es rey, sino que es Dios, pues el mismo ladrón lo afirma cuando dice: “¿No temes a Dios, tú que estás en el mismo suplicio?"

La obra de Jesús era inmensa, por los milagros, sus palabras y su vida de santidad y bien: “Pasó haciendo el bien” (Hch 10, 38); las personas humildes y los hombres de buena voluntad, lo seguían y admiraban por todo lo que hacía. Nadie quedaba indiferente a su paso, eran amigos o enemigos pero no se podía estar a medias tintas en lo que a Él respetaba, no se podía ser tibio.  Y marcó, con su impronta de vida, un nuevo camino para la humanidad hundida en el silencio y la esclavitud del mal.

(1) Biblia Latinoamericana. (Ramón Ricciardi y Bernando Herault 1972)
Nota: dada la imposibilidad de establecer con certeza el orden en que las palabras fueron dichas por Jesús; optamos por seguir el orden que Wikipedia presenta.
"Los dos primeros evangelios, Mateo y Marcos, mencionan solamente una, la cuarta. Lucas relata tres, la primera, segunda y séptima. Juan recoge las tres restantes, la tercera, quinta y sexta. Con certeza absoluta no puede determinarse el orden con que las pronunció Jesús".(2)
(2)http://es.wikipedia.org/wiki/Las_Siete_Palabras#segunda_Palabra

0037 LA TERCERA PALABRA.







LA TERCERA PALABRA

“Mujer, ahí tienes a tu hijo” “Ahí tienes a tu madre”(Jn 19, 26-27)(1)

La tercera frase de Jesús, después de que fue clavado en la cruz, es de entrega y preocupación por los otros; está dolido en el cuerpo, el alma y el espíritu; sólo dolor y sufrimiento; y sin embargo, piensa en los demás.

¿Cómo puede uno, en esas circunstancias, ocuparse de los otros? Cuando uno tiene un dolorcito se retuerce, chilla y no quiere ni pensar en otra cosa. Pero ya Jesús lo había hecho al pronunciar sus dos anteriores palabras: la primera de perdón y la segunda de perdón y misericordia. Ahora, en la tercera frase, se preocupa por el ser más querido que tiene en la tierra, a quien iba a dejar sola y sin ayuda, pues María era viuda y no tenía ni lugar propio donde vivir ni esposo ni hijos que la socorrieran; Jesús le dice a Juan, mediante sus palabras, que la cuide y la proteja y el mismo Juan en el evangelio añade: “y desde ese momento, el discípulo, la acogió en su casa” (2) Es la caridad que nos pide el cuarto mandamiento.

Pero la frase va más allá de la simple preocupación material por su madre; es también la entrega, a todos los seres humanos, de una figura femenina, dulce, fuerte, muy amada y muy amable que a través de los siglos se hace cada vez más querida y más nuestra, siendo la Madre cariñosa, llena de bondad, ternura y gracia que está en cielo junto, muy cerca, de Dios. Y así como amó a su Hijo aquí en el mundo, así ama, por la inmensa bondad y poder de Dios, a cada uno de nosotros, pidiendo y rogando, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, por todos y cada uno de sus hijos que han nacido, nacen y nacerán en el transcurso de los siglos.

No teníamos una figura femenina en el cielo que recordará el amor de una madre y la continua, cálida, dulce, sincera y necesaria preocupación que una madre verdadera tiene por sus hijos; pero Dios, siempre atento a nuestros sentimientos humanos, en su cálida bondad, nos da, para siempre, una mujer y madre con la ternura anhelada y querida que siempre vela, cuida y ruega por nosotros todos.

La figura, el carisma, la gracia de María, es mostrarnos el amor de Dios, en la faceta más suave, dulce y tierna que los poetas románticos saben expresar sobre el amor femenino en lo humano y los santos y santas en el amor Divino hacia todo.

María es Madre de Dios, pero también Madre nuestra y su solicitud por nosotros se ha manifestado, tanto en cada uno de los que vivimos, como a través de los siglos, en las múltiples apariciones que han ocurrido en todas partes del mundo. La madre por excelencia se ocupa de sus hijos. Es uno de los más grandes regalos de Jesús al mundo y la donación exclusiva del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a los seres humanos a quienes creó a su imagen y semejanza.

Jesús, muriendo en la cruz, regala amor, bondad y vida a la humanidad perdida en el mundo de sus sueños imposibles y malos. Y así muestra por donde debemos ir, que lugar nos lleva a la dimensión eterna preparada desde siempre; y cual es la morada en la que debemos “habitar” en el Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, junto a María, madre nuestra y de aquellos a quienes quisimos y nos quisieron aquí, donde recibimos las primeras caricias del amor Divino y maternal.

Y Dios, del sufrimiento, hizo brotar la luz en la más profunda oscuridad.

Así fue, así es y así será…
_________________________________________________________
(1) La Biblia Latinoamericana, Ramón Ricciardi y Bernardo Hurault 1972, Coeditan Ediciones Paulinas.
(2) Evangelio de San Juan;  Jn 19, 27. La Bible de Jérusalem, Desclee de Brouwer, Paris, 1975. (Traducción del autor)

00.36 LA CUARTA PALABRA.





LA CUARTA PALABRA


¡DIOS MIO!¡DIOS MIO! ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Había dado todo, perdonado, salvado y donado a su madre al discípulo predilecto: Juan; ahora vuelto sobre sí mismo, percibe y entrega totalmente su voluntad humana a la voluntad de Dios. La “carga” casi infinita de pecados de toda la humanidad pasada, de su presente y del futuro, había aparecido en su espíritu en la noche de Getsemaní; su ser estaba turbado: “Mi alma está Triste hasta la muerte” (Mt. 26,38) (1); y había sentido y palpado toda la “carga” de mal de la humanidad. Ahora, en el momento final, entrega todo su ser y toda su “carga” a la voluntad de Dios, haciendo de su voluntad humana una con Él. Así la redención fue completada, pues el pecado, que no puede ser en Dios, fue purificado en la voluntad  del hijo, al ser, Jesús, “internado” en la trinidad de Dios. Sólo falta que la voluntad libre de cada ser humano acepte, también, entregar toda su voluntad a Dios y unirse, tanto como se pueda, a la santidad infinita de la Trinidad. Pero al darse totalmente siente el vacío en su ser humano y la soledad de quien ya no es en sí; y rompiendo los diques, su angustia, salta a la palabra y el grito de súplica, amor y entrega, resuena en la humillación del monte sobre el cual mueren el bueno y los malos; donde el discípulo y su madre, en sufrimiento de angustia, siguen su agonía con  llanto y todo su ser oprimido y doliente. Y la voz, su voz de Dios y hombre, se eleva sobre el ruido del mundo en queja infinita de dolor y entrega:

¡DIOS MIO!¡DIOS MIO! ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

"¿Eli, Eli, lema sabachtani? Mt. 27,46 (2)

 1) La Biblia Latinoamericana, Ramón Ricciardi y Bernardo Hurault 1972, Coeditan Ediciones Paulinas.
2) La Bible de Jérusalem, Nouvelle Édition, desclee de Brouwer, Paris 1975 

__________


00.35 LA QUINTA PALABRA.







LA QUINTA PALABRA

“TENGO SED” 

El hombre que muere en la cruz sufre de sed. Cristo muriendo tiene sed.

Mi inteligencia no puede entender como Dios se somete a semejante tormento, cuando puede, el que es todopoderoso, no necesitar nada. Y la respuesta de mi humana condición es que como hombre no quiso evitar nada de lo humano, salvo el pecado, fueran como fuesen las condiciones a las cuales fue llevado por la estulticia de los hombres.

Dios con nosotros acepta, asume y eleva nuestra condición de hombres a la altura de la dimensión de Dios y sin dejar de ser Dios se hace plenamente hombre. El dolor, el sufrimiento, la tristeza, la traición, la calumnia, el cansancio, el desánimo son como purificados y elevados a una nueva dimensión de vida mediante la aceptación.

“Tengo sed” es una simple frase que manifiesta una carencia, pero en este caso extrema, de la necesidad física de un ser humano. Se le acerca una esponja empapada en vinagre y es rechazada. Nada debe disminuir la aceptación plena del padecer; la entrega total y completa del sufrir, haciendo así la voluntad del Padre, para purificar y compensar las desobediencias de los hijos. Pues el martirio de Jesús es eso, la compensación de los actos de voluntad torcidos de los hombres, por la obediencia sin mácula del Hijo de Dios hecho hombre para ese fin. Dios no pidió a ningún ser humano que padeciera por los otros, primero se hizo Él hombre en la persona de su Hijo y padeció, para restituir a la voluntad torcida por el pecado, la voluntad de obediencia a quien sabe perfectamente lo que es mejor para nosotros y así restablecer el equilibrio en lo humano de aquello que debió haber sido. Luego, quien quiere y acepte seguir libremente y en paz ese camino, será asimilado a la gloría del Hijo en la “nueva Tierra y el cielo nuevo” prometido.

“Tengo sed” es la manifestación de una pequeña parte del sufrir aceptado que muestra la voluntad absoluta de entrega, para compensar el desvió, hacia lo que no es, de los actos torcidos de los hombres que rechazan la Verdad que les han regalado.

“Tengo sed” es expresión de sufrir para mostrar lo humano de la naturaleza de Jesús y el no rechazo de ninguna forma que pudiendo obviar, acepta, de su humanidad.

Y así, la siguiente frase, la sexta palabra, cobra todo su significado. 


00.34 LA SEXTA PALABRA.








 LA SEXTA PALABRA



"Todo está cumplido." - Consummatum est (Juan, 19: 30).
El misterio de esta expresión reside en saber: ¿qué se cumplió? y ¿Cómo se cumplió? Evidentemente la respuesta debe ser buscada en el Antiguo testamento. La frase: “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Palabras pronunciadas por Juan bautista a la vista de Jesús, hacen referencia a muchas citas anteriores en el A.T. (1). Pero ¿por qué Dios necesita el sacrificio de de su Hijo para quitar los pecados del mundo? No es el sacrificio en sí lo que verdaderamente importa, sino la obra de obediencia total de un ser absoluto como es la 2da persona de la trinidad de Dios, encarnada en Jesús; pues,Él, al obedecer totalmente en las condiciones más terribles que se puedan imaginar: compensaba, suplía y aún “sobraba”, las múltiples, injustas e inmerecidas desobediencias de los seres humanos creados en libertad; y de esta manera, en la “dinámica” de la vida espiritual divina, superar, con ese acto de amor libre, el desamor que significa la desobediencia de la criatura libre hacia el Creador omnipotente. La frase: “TODO ESTÁ CUMPLIDO”, resume el hecho de haber Jesús “pagado” con creces, la deuda de desamor de todos los seres humanos hacia Quien es por esencia: EL AMOR. Pues sólo un ser infinito, la segunda persona de la Trinidad de Dios, podía compensar las ofensas de desamor, infligidas por nuestras desobediencias al Ser infinito que es Dios. El cumplió con todo lo que en su total sabiduría, Dios consideraba más que suficiente para compensar el “dolor” espiritual que el hombre había ocasionado al amor sin limites en el cual, Él, había creado al hombre.


00.33 LA SÉPTIMA PALABRA.









LA SÉPTIMA PALABRA


"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." - Pater in manus tuas commendo spiritum meum (Lucas, 23: 46).
Agotado, exhausto, abatido, dolorido, en trance de morir, da su vida, no se la quitan: ¡la entrega! En su última frase, antes de expirar, pone todo en manos del Padre, hasta Su Espíritu, su esencia de ser. La entrega es total, no queda más que dar. ¿Cómo comprender esto? Habría que ser Él y nadie está en Él, excepto las otras dos personas de la Trinidad que es Dios. La distancia entre Dios y nosotros es infinita y sólo cuando Él quiere se hace presente en nuestro limitado ser. Por eso nos cuesta tanto entender, desvelar el misterio totalmente nos es imposible; pero es que se trata del Ser que hizo todo y su dimensión es infinita; la nuestra es tan limitada como la distancia de nuestra aparición en el mundo y los pocos años que tenemos de “estar” en el ser, cuando reflexionamos sobre esto no somos capaces de entender sino un poco y los que se atreven a asomarse al misterio, quedan siempre en sus inicios; para los demás, son sombras de nuestra imaginación o cosas de FE. Sí: la fe, creer en lo que no vemos y no entendemos, pero aceptada tanto cuanto la persona que emite o nos da el contenido de esa fe nos inspira confianza por sus cualidades probadas de virtud, cualidad tan denostada en nuestra época.
Y cuando dijo esta última frase, dando un grito, entregó su espíritu (Marcos 15, 22-37).
Morir, ¿Quien quiere morir? Solamente aquellos que, por uno u otro motivo, perdieron el deseo de vivir. La vida es un don precioso porque en ella venimos al ser y somos para siempre, ya sea aquí o allá. Vivir es ser y cada uno es ser en sí mismo, sin ninguno otro en mí sino el Espíritu de Dios. Vivir tener conciencia de “yo” y no poder ser otro o en el otro. Por eso Dios quiso morir para que “tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10:10). El misterio, otro más, de porque se Es. Si “yo” no era, ¿por qué ahora soy y tengo conciencia de estar en mí?
Pero la distancia que separa al ser del hombre de SER que ES por sí mismo desde siempre y nos CREÓ a cada uno de la nada, tanto en el espíritu como en el cuerpo, aunque a través de procesos diferentes: es infinita.
Cuando Él muere la dimensión de vida eterna se renueva en nosotros, nos hacemos hijos de Dios, como lo era Él y todas las cosas son asumidas en Él: “Cuando yo sea levantado en lo alto en la tierra, todo lo atraeré a " (Jn 12:32). Así el grito de: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” conlleva la asunción de TODO, para volver a poner en su lugar la creación como Dios quiso que fuera, desde un principio, cuando lo hizo todo.
Y el nuevo comienzo no tendrá fin.....

 

00.32 EL SER QUE ES 2.







La inmensidad, la infinitud del Ser que Es, excluye la comprensión total de su dimensión; sólo una pequeña parte de su realidad podemos, gracias a la revelación, penetrar. Pero si bien el conocimiento de su totalidad es impenetrable por nosotros, su esencia: el amor, nos puede acercar a lo más determinante de Él. ¿Pero que clase amor es ese que nos desvela algo de sus incógnitas? Nosotros somos imagen de Dios, dice la biblia, es decir tenemos la impronta de la realidad de ser de quien nos pensó, creó y nos mantiene en el ser. Evidentemente no a nivel físico, aunque Cristo es Dios y hombre y como tal nos acerca más a lo que Dios Es. Nuestra semejanza con Él es a nivel del espíritu pues la esencia de nuestro nivel espiritual es el Amor. El amor lo describe San Pablo, texto repetido en este libro, así: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha. El amor es paciente, es amable; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es el amor.”
(Primera Carta a los Corintios 13, 1-7,13)

Esta afirmación hay que entenderla, pero sobre todo vivirla en la profundidad del “corazón”, es decir dentro de lo profundo de nuestro ser donde El Amor reside.

Pero, para "llegar" hace falta “limpiar”, es decir, quitar aquello que amamos que deseamos que nos tiene inmerso en la dimensión de lo terrenal de las estructuras del mundo. La fuerza de Dios, residiendo en nosotros es la ductora de nuestro encuentro con aquello sagrado en el interior del hombre. El camino de esa “limpieza” es largo y duro, pues los siglos de pecado, de estructuras dañadas y dañantes, nuestros desatinos y definiciones de vida erradas y dañinas, nos han conducido por un camino donde las vivencias profundas del Espíritu que está en nosotros, “choca” con ellas y son inexorablemente rechazadas. De aquí la depresión, cuando se hace el esfuerzo de ser sincero y querer vivir en lo que realmente es verdad. Cuanto más hemos vivido, en “tiempos” mentales y reales, de esos abusos de la dimensión infinita, más nos costará “limpiar” el ser de esas anomalías y trasformarnos en lo que debemos y deberíamos siempre ser. La santidad es la transparencia de nuestros pensamientos, deseos y obras en relación con las determinaciones de nuestro espíritu, imagen sagrada de Dios. Por eso los niños están cerca de de Él pues su ser es todavía puro no hay contradicción entre lo que hacen y su ser profundo. Evidentemente y desgraciadamente, no todos los niños tienen está limpieza, pero los más pequeños muchos de ellos aún la poseen. De aquí la frase de Jesús: “si no os hacéis como niños no entrareis en el reino de los cielos”(Mat 18:3).

El Ser que Es, nos “llama” a entrar en su dimensión; y algunos lo consiguen; ellos “entran” en el “reino de los cielos” aún aquí en el mundo y viven una vida donde se manifiesta la dimensión de Dios en algunas de las múltiples formas de su riqueza infinita. La situación de esas personas, fieles a la realidad del Espíritu de Dios, es de una sabiduría, abertura y caridad que asombra y nos deja la sensación de estar “siendo” en otro nivel de vida y realidad.

La gran mentira de nuestro tiempo y de los tiempos en general, es el no querer aceptar la dimensión de Dios como Ser Supremo que sabe, quiere y conoce nuestros más íntimos sentimientos, pensamientos y deseos. No aceptar que Él nos creó, nos pensó, nos amó y fuimos; y por lo tanto somos por Él, con El y de Él por toda la eternidad, aún cuando no lleguemos a gozar de la unión con Él en la transcendencia. Somos criaturas de un Ser excepcional que es autor de TODO, lo invisible y lo visible; autor de la totalidad de lo que ES y esta aparente dependencia no es de “nuestro” agrado, pues pareciera que nos resta libertad; siendo en realidad todo lo contrario, pues la libertad en la dimensión de Dios es infinitamente más grande que toda la posibilidad libertarias en nuestro mundo y circunstancias. Un Ser que nos mantiene en el ser lo queramos o no, pues nos creo eternos y no vamos a desaparecer al pasar a la otra dimensión: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino." (Juan 14, 1-12). Además: “Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Jn. Apoc. 21, 3-4)

Así será lo queramos o no; pero no lo creemos y cuando llegue que llegará, pues: “Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla.” (Mt 5, 18)

La Verdad nos espera y cuando todo vuelva a donde debe estar, se restablecerá la dimensión que siempre ha existido y siempre existirá: lo creamos o no.

“Dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto.» ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc 22, 20).