LA
SÉPTIMA PALABRA
"Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu." - Pater
in manus tuas commendo spiritum meum
(Lucas, 23: 46).
Agotado,
exhausto, abatido, dolorido, en trance de morir, da su vida, no se
la quitan: ¡la entrega! En su última frase, antes de expirar, pone
todo en manos del Padre, hasta Su Espíritu, su esencia de ser. La
entrega es total, no queda más que dar. ¿Cómo comprender esto?
Habría que ser Él y nadie está en Él, excepto las otras dos
personas de la Trinidad que es Dios. La distancia entre Dios y
nosotros es infinita y sólo cuando Él quiere se hace presente en
nuestro limitado ser. Por eso nos cuesta tanto entender, desvelar el
misterio totalmente nos es imposible; pero es que se trata del Ser
que hizo todo y su dimensión es infinita; la nuestra es tan limitada
como la distancia de nuestra aparición en el mundo y los pocos años
que tenemos de “estar” en el ser, cuando reflexionamos sobre esto
no somos capaces de entender sino un poco y los que se atreven a
asomarse al misterio, quedan siempre en sus inicios; para los demás,
son sombras de nuestra imaginación o cosas de FE. Sí: la fe, creer
en lo que no vemos y no entendemos, pero aceptada tanto cuanto la
persona que emite o nos da el contenido de esa fe nos inspira
confianza por sus cualidades probadas de virtud, cualidad tan
denostada en nuestra época.
Y
cuando dijo esta última frase, dando un grito, entregó su espíritu
(Marcos
15, 22-37).
Morir,
¿Quien quiere morir? Solamente aquellos que, por uno u otro motivo,
perdieron el deseo de vivir. La vida es un don precioso porque en
ella venimos al ser y somos para siempre, ya sea aquí o allá. Vivir
es ser y cada uno es ser en sí mismo, sin ninguno otro en mí sino
el Espíritu de Dios. Vivir tener conciencia de “yo” y no poder
ser otro o en el otro. Por eso Dios quiso morir para que “tengamos
vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10:10). El misterio, otro
más, de porque se Es. Si “yo” no era, ¿por qué ahora soy y
tengo conciencia de estar en mí?
Pero
la distancia que separa al ser del hombre de SER que ES por sí mismo
desde siempre y nos CREÓ a cada uno de la nada, tanto en el espíritu
como en el cuerpo, aunque a través de procesos diferentes: es infinita.
Cuando
Él muere la dimensión de vida eterna se renueva en nosotros, nos
hacemos hijos de Dios, como lo era Él y todas las cosas son asumidas
en Él: “Cuando yo sea
levantado en lo alto en la tierra, todo lo atraeré
a mí"
(Jn 12:32). Así el grito de: “Padre, en tus manos encomiendo mi
Espíritu” conlleva la asunción de TODO, para volver a poner en su
lugar la creación como Dios quiso que fuera, desde un principio,
cuando lo hizo todo.
Y
el nuevo comienzo no tendrá fin.....
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