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sábado, 11 de noviembre de 2023

0037 LA TERCERA PALABRA.







LA TERCERA PALABRA

“Mujer, ahí tienes a tu hijo” “Ahí tienes a tu madre”(Jn 19, 26-27)(1)

La tercera frase de Jesús, después de que fue clavado en la cruz, es de entrega y preocupación por los otros; está dolido en el cuerpo, el alma y el espíritu; sólo dolor y sufrimiento; y sin embargo, piensa en los demás.

¿Cómo puede uno, en esas circunstancias, ocuparse de los otros? Cuando uno tiene un dolorcito se retuerce, chilla y no quiere ni pensar en otra cosa. Pero ya Jesús lo había hecho al pronunciar sus dos anteriores palabras: la primera de perdón y la segunda de perdón y misericordia. Ahora, en la tercera frase, se preocupa por el ser más querido que tiene en la tierra, a quien iba a dejar sola y sin ayuda, pues María era viuda y no tenía ni lugar propio donde vivir ni esposo ni hijos que la socorrieran; Jesús le dice a Juan, mediante sus palabras, que la cuide y la proteja y el mismo Juan en el evangelio añade: “y desde ese momento, el discípulo, la acogió en su casa” (2) Es la caridad que nos pide el cuarto mandamiento.

Pero la frase va más allá de la simple preocupación material por su madre; es también la entrega, a todos los seres humanos, de una figura femenina, dulce, fuerte, muy amada y muy amable que a través de los siglos se hace cada vez más querida y más nuestra, siendo la Madre cariñosa, llena de bondad, ternura y gracia que está en cielo junto, muy cerca, de Dios. Y así como amó a su Hijo aquí en el mundo, así ama, por la inmensa bondad y poder de Dios, a cada uno de nosotros, pidiendo y rogando, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, por todos y cada uno de sus hijos que han nacido, nacen y nacerán en el transcurso de los siglos.

No teníamos una figura femenina en el cielo que recordará el amor de una madre y la continua, cálida, dulce, sincera y necesaria preocupación que una madre verdadera tiene por sus hijos; pero Dios, siempre atento a nuestros sentimientos humanos, en su cálida bondad, nos da, para siempre, una mujer y madre con la ternura anhelada y querida que siempre vela, cuida y ruega por nosotros todos.

La figura, el carisma, la gracia de María, es mostrarnos el amor de Dios, en la faceta más suave, dulce y tierna que los poetas románticos saben expresar sobre el amor femenino en lo humano y los santos y santas en el amor Divino hacia todo.

María es Madre de Dios, pero también Madre nuestra y su solicitud por nosotros se ha manifestado, tanto en cada uno de los que vivimos, como a través de los siglos, en las múltiples apariciones que han ocurrido en todas partes del mundo. La madre por excelencia se ocupa de sus hijos. Es uno de los más grandes regalos de Jesús al mundo y la donación exclusiva del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a los seres humanos a quienes creó a su imagen y semejanza.

Jesús, muriendo en la cruz, regala amor, bondad y vida a la humanidad perdida en el mundo de sus sueños imposibles y malos. Y así muestra por donde debemos ir, que lugar nos lleva a la dimensión eterna preparada desde siempre; y cual es la morada en la que debemos “habitar” en el Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, junto a María, madre nuestra y de aquellos a quienes quisimos y nos quisieron aquí, donde recibimos las primeras caricias del amor Divino y maternal.

Y Dios, del sufrimiento, hizo brotar la luz en la más profunda oscuridad.

Así fue, así es y así será…
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(1) La Biblia Latinoamericana, Ramón Ricciardi y Bernardo Hurault 1972, Coeditan Ediciones Paulinas.
(2) Evangelio de San Juan;  Jn 19, 27. La Bible de Jérusalem, Desclee de Brouwer, Paris, 1975. (Traducción del autor)

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